Santo
Domingo Este.-A
pesar de mi corta edad, recuerdo el día en que murió Peña Gómez. En mi
inocencia, no entendía por qué mi madre lloraba la muerte de un hombre que solo
había visto por televisión y que nunca había mencionado en casa. De hecho, ella
misma había dicho que dos años antes había votado por otro candidato
presidencial.
Al día siguiente, mientras veíamos por televisión el funeral, transmitieron un documental sobre Peña Gómez, en el que se le veía perdonando a quienes lo injuriaban. Su rostro reflejaba una bondad infinita y una sinceridad digna de su grandeza. Ese día, mi madre me dijo: "Nunca pierdas una amistad por diferencias políticas. Los líderes tienen luces y sombras; no hay político perfecto. Pero todos tienen en común que, aunque vean la política como un negocio, desean que el país mejore. Sin embargo, en el caso de Peña Gómez, su única ambición fue servir al país, y no lo dejamos".
Desde ese instante supe que mi vida estaba destinada a no pelear por política y
a ver el lado bueno de cada uno.
A medida que fui creciendo, descubrí los
aportes de Peña Gómez para que este país estuviera en el mapa mundial. Su
liderazgo internacional como vicepresidente de la Internacional Socialista
atrajo la atención de los principales líderes de países como España, Francia, Italia,
Suecia, Países Bajos y Portugal, entre otros. Además, las principales figuras
políticas de Latinoamérica en los años 70, 80 y 90 se rendían ante el carisma
de Peña Gómez.
Gracias a sus relaciones
internacionales, países como Venezuela y líderes norteamericanos como Jimmy
Carter lograron que en 1978 se respetara la voluntad popular del pueblo
dominicano.
Aunque conocía parte de los aportes de
Peña Gómez a través de mis estudios, fue en Miami, Florida, donde comprendí
verdaderamente su grandeza. Una noche, mientras revisaba mi celular en el lobby
del hotel, se me acercaron un piloto holandés y un exdiplomático francés de
avanzada edad, quienes, en un precario español, intentaron conversar conmigo.
Al saber que era dominicana, se alegraron mucho. Resultó que el piloto era hijo
de un renombrado político de los Países Bajos que había entablado amistad con
Peña Gómez durante una estadía del líder dominicano en Ámsterdam.
Por su parte, el exdiplomático francés
narró que, siendo un jovencito, conoció a Peña Gómez en una recepción de la
embajada de Francia en España. Contó que la personalidad de ese líder negro lo
cautivó y que, siendo apenas tercer secretario de la misión diplomática, se
acercó tímidamente a saludarlo en español. Para su sorpresa, el líder dominicano
le respondió en un francés perfecto. Luego lo vio conversando fluidamente en
inglés con un diplomático londinense.
El mismo exdiplomático relató que Peña
Gómez, en esa reunión, logró atraer inversionistas hoteleros a la República
Dominicana y que, gracias a su carisma, el país se proyectó a tal nivel que,
años más tarde, franceses e italianos convirtieron a la República Dominicana en
su principal destino turístico del Caribe.
Al final de la conversación, el joven
piloto me hizo una pregunta inesperada: "¿Sabe usted por qué el joven
presidente que le ganó a Peña Gómez en 1996 viajaba tanto y se empeñaba en dar
a conocer la República Dominicana?"
No supe qué responder, y él mismo
contestó: "Porque, en el fondo, ese presidente quería ser como Peña Gómez:
conocido en los grandes países del mundo."
Hoy, 6 de marzo, al conmemorarse un año
más del natalicio de ese gran líder, recuerdo cada una de estas anécdotas con
la certeza de que Peña Gómez es el padre de las relaciones internacionales
dominicanas.
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