
Por Tony Pérez
Santo Domingo.- Llegamos este sábado 5 de abril a otro Día Nacional del Periodista bajo la trampa de un asfixiante esnobismo tecnológico y una implícita lucha intergeneracional que allana el camino a los mitos y contribuye al ocultamiento de la sola verdad: una grave crisis ética y de calidad en los contenidos puestos en escena a contracorriente de los preceptos de la profesión y del derecho de la sociedad a recibir información veraz y oportuna para adoptar decisiones en la cotidianeidad.
La queja permanente sobre cualquierización
y desdibujamiento del periodismo es muy real, pero no nos libra de culpas por
cuanto un segmento importante de profesionales del área –conscientes o
no- ha optado por seguir el coro del poder montándose en el carrito de la
superficialidad bajo la falsa premisa de que a los públicos de hoy no les gusta
leer y, por tanto, deben ofrecerles la basura mediática al gusto.
Se ha olvidado de repente una máxima
fundamental de la carrera de comunicación: “A la gente no hay que darle lo que
le gusta, sino aquello que necesita para cambiar”.
El emplazamiento irresponsable de unos
cuantos que han optado por presentarse como protagonistas de las noticias en
vez de acogerse al pensamiento crítico y servir a los demás, se ha convertido
en un bumerán que afecta a la totalidad en tanto en cuanto la credibilidad ha
sido herida de gravedad.
Como resultado de esa situación a tono
con un burdo ejercicio de manipulación, tenemos la devaluación de la profesión
con la intrusión disciplinas afines enmascaradas (propaganda, relaciones
públicas, promoción y publicidad); las opiniones encubiertas en el
declaracionismo, el denuncismo y las notas de prensa en espacios
pretendidamente informativos; la exclusión de la agenda de los subgéneros que
obligan a la investigación, documentación, explicación y puesta en perspectiva
de los hechos; y la imposición de una narrativa sosa, monótona, poco atractiva,
donde las comunidades no se ven reflejadas.
Y, como lo ligero y rutinario es la
norma y lo extraño la contextualización de los hechos, cualquiera puede ser
actor y hasta protagonista de una profesión que, empero, dada la complejidad
del mundo de hoy, requiere sólida formación académica.
Así han propiciado la incursión de
cualquier cantidad de advenedizos, pero también con títulos, hambrientos de
enriquecimiento y sin una pizca de responsabilidad social respecto de las
necesidades de los “sin voz”, los “nadie”.
Con esa apuesta a la enajenación
colectiva también ha venido una presión a los salarios hacia abajo, la
incertidumbre en cuanto a empleabilidad y, como consecuencia, un derrumbe en la
matrícula de discentes en la carrera universitaria.
Quienes llegan a lo digital desde lo
análogo en el mundo de la comunicación han podido aquilatar el valor de los
cambios tecnológicos en cada momento, pero sin emborracharse y caer en la
tentación del endiosamiento (tecnofilia), ni en la condición de apocalípticos
(tecnofobia).
El ser humano, desde de su génesis, ha
creado tecnologías para facilitar la realización de sus actividades conforme las
circunstancias. Cada tecnología ha sido “de última” en cada época.
Solo piense en el roce de piedras para
producir candela, el cuerno para comunicar mensajes y en las varas usadas por
los nativos para pescar.
Cuando en Pedernales asistía día tras
día al instituto Santo Tomás de Aquino (de los hijos de Pérez Rocha y Evarista)
para agotar una hora de mecanografía en viejas maquinillas Olympia y Remington,
hasta pasar un examen con las letras de las teclas tapadas con tape y sentir
orgullo de escribir 60 y hasta 70 palabras por minuto, usando todos los dedos y
sin mirar el teclado, me desbordé en emociones. ¡Cuánto me ha servido en el uso
de la “maquinilla moderna” (computadora)!
Igual alegría cuando la exigente
profesora de segundo grado Firgia Maritza Méndez Fernández (Tismary), fallecida
luego junto a su esposo en un accidente en la carretera Duarte, me presentaba
como modelo de mejor caligrafía del curso.
Y cuando recibía aplausos y halagos
desde que, 1977, hice mis pinitos en Radio Pedernales, primera emisora del
pueblo, que en cabina tenía dos platos y sus brazos para tocar discos en 33 y
45 revoluciones por minuto (RPM), los carretes y las caseteras para los
anuncios y algunas canciones.
En la capital, seguí emocionándome en
cada estación donde laboraba (Radio-Radio, HIZ, Radio Cristal, Cadena Brea
Peña, Onda Musical, RPQ, Radio Unión, Eco (hoy Estrella 90), Radio Mil, Radio
Popular, Radio UASD) al trabajar con la tecnología análoga y luego ver los
cambios hacia lo digital.
Y lo mismo en cada periódico, desde el
Hoy (1988), tecleando en la Olympia para terminar semblanzas y crónicas para la
sección Temas, hasta cruzar a la fundación del diario El Siglo, pionero de la
digitalización de la información periodística en la República Dominicana, pasar
por Última Hora, Listín Diario, volver a Hoy, dirigir uno de los primeros
multimedios, Opción Final (ya desaparecido).
La industria ha seguido creando
tecnologías de la información y la comunicación para resolver necesidades cada
vez demandantes del mundo globalizado.
En las cabinas de radio se nota el
minimalismo. Ya no hay platos ni casetes ni las grandes discotecas con 3 mil y
4 discos long play y pequeños, ni los grandes transmisores de tubos.
En la TV, las cámaras y los estudios están lejos del gigantismo de antes.
En los periódicos todo está digitalizado. Radio, televisión y periódicos
convergen en la Internet, conviven con redes sociales (RRSS) y demás.
Nos repiten hasta el cansancio que hoy
estamos hipercomunicados gracias a los avances gigantescos de las tecnologías.
¿No será hiperinfoxicados?
Por lo pronto, resulta cuestionable el
mito de que los periodistas de antes eran “santos” y mucho mejores que los de
ahora. Antes hubo corruptos “buscavida”, farsantes, calieses, negreros,
socialmente indolentes y escribemalo; ahora también. Antes, hubo estrellas,
aunque no muchas; ahora también, tal vez más. Basta con una mirada a textos en
los archivos. Abunda mucha basura y escasez de manejo decoroso de los géneros
periodísticos.
Reprochable la guerrita sistemática de
muchos noveles frente a los “viejos” y la idea de que la tecnología es
equivalente automático de calidad de los contenidos mediáticos, como si bastara
con poseerla y no usarla para beneficio de la profesión y de la sociedad. En el
fondo, esa actitud deviene en apuesta a perder el tiempo.
Con tantas facilidades para investigar y
realizar excelentes trabajos, ¿es mejor la producción periodística puesta en
escena en los diferentes medios de información? ¿Qué tal el abordaje de los
subgéneros periodísticos de segundo nivel, como reportaje, relato
interpretativo, análisis, perspectiva? ¿Qué tal la ética, la narrativa, la
responsabilidad social y la sensibilidad respecto de los “hijos de Machepa en
suburbios y comunidades segregadas del país? ¿Qué nivel de visibilización
tienen y cuáles temas predominan?
El día nos halla con muchos desafíos. En
los medios tradicionales aún hay brechas aprovechables, y en el
ciberespacio, las oportunidades son enormes.
Desde la profesión se puede hacer
negocio y servir a la comunidad, si la profesionalidad, el pensamiento crítico
y la ética nos guían. La autocrítica y la unidad no caen mal en esta
circunstancia de erosión de la credibilidad.
La sociedad urge del periodismo
responsable generalizado, que no soez como la moda. Experimentemos. No sobra
tiempo para nimiedades.

Artículo tomado de los periódicos Acento y Fotuto.net. El autor, Tony Pérez, nativo de Pedernales, región Sur de República Dominicana, es periodista, activista social y promotor cultural, maestro del periodismo dominicano y latinoamericano. Catedrático en varias universidades.
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